Una de las mayores trampas de los enfoques convencionales es que, si bien pueden proporcionar un alivio temporal, a menudo terminan perpetuando los mismos patrones disfuncionales que nos mantienen atrapados en ciclos de desequilibrio y enfermedad.
Cuando abordamos nuestros problemas de salud únicamente a través de soluciones externas, como medicamentos o terapias conductuales, corremos el riesgo de suprimir los síntomas sin abordar las causas subyacentes. Es como poner una curita sobre una herida infectada, ocultando temporalmente el problema pero permitiendo que la infección continúe propagándose por debajo de la superficie.
Con demasiada frecuencia, estos enfoques parciales nos llevan por un camino sin salida, donde los síntomas reaparecen una y otra vez, exigiendo soluciones cada vez más extremas. Es un ciclo interminable de emergencia, en el que nos vemos obligados a apagar incendios en lugar de prevenir los incendios en primer lugar.
Tomemos el ejemplo de María, una mujer de 32 años que luchaba contra una depresión crónica. Siguió el consejo de su terapeuta y tomó antidepresivos, lo que inicialmente alivió sus síntomas. Sin embargo, con el tiempo, los efectos se desvanecieron y se vio obligada a aumentar la dosis o cambiar de medicamento. Cada vez que lo hacía, experimentaba efectos secundarios incómodos, pero se sentía atrapada, sin una solución real a la vista.
Fue solo cuando María comenzó a explorar enfoques energéticos que pudo desentrañar las verdaderas raíces de su depresión: patrones de creencias limitantes autoperpetuas y bloqueos emocionales profundamente arraigados. Al abordar estas causas fundamentales, finalmente pudo liberarse del ciclo interminable de medicamentos y encontrar una sensación duradera de bienestar interior.
Necesitamos desesperadamente una visión más holística que reconozca la interconexión de todas las facetas de nuestro ser. Solo entonces podremos interrumpir los patrones disfuncionales y crear un cambio duradero desde los cimientos mismos de nuestra existencia.
